diumenge, 23 de novembre del 2008

Estación de tren

Mi casa es un desastre ecológico, piense lo que piense el famoso primo, pero esto no tiene nada que ver. Aparezco tal día como hoy a las 7:36 am, según las señales horarias, en medio de la calle, es decir, a esta hora de pronto tomo conciencia de mi propia esencia o existencia, de que soy o estoy, en ingles es más sencillo. Sin en cambio que diría mi portera el sensor de la puerta automática no se da por aludido, o sea no toma conciencia de mi ser y de mi estar, ignora el lugar físico que ocupo en el espacio, ignora sin más el aire que desalojo cuyo peso del volumen me desplaza de manera sinusoidal, pero me pierdo. El caso es que la puerta no se abre ignorando mi fatal existencia y sin ningún disimulo proyecto mi leve nariz contra el cristal de una puerta de entrada de la estación de tren de Chamartín, Madrid, tal día como hoy 11 de marzo del 2007, a las 7:40 am. No todo el mundo puede decir eso. A donde quiero llegar, direis, sencillamente al baño, lo primero, luego ya veremos. Tras breve e inconsistente orinada me dirijo a la cafetería de la estación y obviando leyes insulsas que en mi ficción nunca ocurrieron me enciendo un cigarro mientras le pido al camarero otra cerveza. Si otra, tan solo con el empeño de sosegar mi resaca tan trabajada. Y medito y pienso… la gente camina de un lado a otro como si de verdad supiesen a donde van como si conociesen un secreto sagrado que se esconde en el anden siete. Pero yo sé, lo he visto en la tele, que en el anden siete lo único que pasa es un tren destino san Sebastián de los reyes. Y en fin a pesar del san no es sagrado ni secreto. Sin embargo ellos casi vuelan como si ese tren les llevase a la felicidad, y no a casa de su suegra, triste destino. Pero a mi me da igual, yo sentado en la silla de la cafeteria, con una cerveza en una mano y un cigarro en la otra, ajeno a todo, lo miro todo, lo juzgo todo desde mi altura, desde mi atalaya en la que hoy me coloco porque si, porque a mi me da la gana, desde la que soy inmune a la critica porque hoy este momento me lo he regalado para observar a los tristes mortales que como yo cada dia van de un lado a otro sin pararse nunca a pensar. Sigo apoyado en la barra observandolo todo y ella se sienta cerca, ni me mira, ni me siente, ignora una vez más mi lugar en el espacio, su sensor no le avisa de que a 20 centimetros escasos de su café caliente y mal oliente un ser humano la observa, la analiza, se plantea el absurdo hecho de que tras esos centrimetros de hueso y carne hay una vida llena de recuerdos de deseos y de impulsos. Mientras me devano los sesos intentando llegar a su mente, imaginar lo que piensa, creyendo ingenuo que piensa en sus hijos, en su novio, en su vida. Mientras tanto, digo, ella solamente toma el café y piensa o siente que esta demasiado caliente, que el camarero es medio imbecil, e incluso tomando conciencia por fin de su compañero de barra es decir yo, se plantea si el color de los vaqueros que se compro ayer era el apropiado, pero por supuesto esto yo no lo sé. Asi que sigo en la barra devanandome los sesos (que significará devanar, por cierto). La cerveza como un reloj intratable me avisa de que el tiempo pasa, y me dice tambien o eso me lo digo yo mismo, que me aburro, que necesito algo más que una barra un cigarro y una tía con prisas para alimentar mi mente resacosa. Así que bajo al andén siete a ver que me depara el futuro. Feliz sorpresa, el tren salió y ahora el anden siete se llena de maletas y gente con destino Burgos, digamos. Miro abiertamente a una pareja que se despide entre arrumacos. La intensidad de los besos crece en función inversa de la distancia del tren que poco a poco avisa su llegada. Me hace gracia el hecho de que algo tan importante para ellos como es que el tren llegue, que ellos se despidan a mi me sea tan indiferente. Pese a mi indiferencia, el tren llega, ellos se besan, obviando mi indiferencia también, indiferenciando la indiferencia podriamos decir. Abstraidos como están, pensando en tratados de otorrinolaringología no se dan cuenta de que el tren comienza a avanzar, también indiferente a su amor o su saliva. Yo los miro por fin divertido. Él de pronto se da cuenta, coge la maleta y corren los dos desesperados intentando meterse en el tren, por fin él con una mano coge un asa de vagón mientras en la otra lleva la maleta, ella corre también, pero no puede, pero no llega. El tren sigue y la deja detrás, sola y desconsolada. Ella llora y consigue que ya no sea indiferente, así que me acerco la abrazo y le digo, no te preocupes, ya volvera. Ya, dice, en el primer tren, porque la que se iba era yo.


Mao 23 de noviembre de 2007

Ramiro B. Romero

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