diumenge, 23 de novembre del 2008

Mi amiga Amparo

Imposturas

Cuando era pequeño había en mi casa un sofá que era de uso exclusivo de mi abuela, la única con derecho a sentarse en él era ella. Mis hermanos y yo nos sentábamos en él a escondidas, siempre con el pulso acelerado temiendo ser descubiertos. Francamente, el sofá era horrible y no especialmente cómodo, era un sofá de una imitación de cuero amarillo con un horrendo cojín azul, espantoso en fin, pero supongo que de alguna manera envidiábamos el privilegio de mi abuela. Como a todo el mundo en un momento dado a mi abuela le dio por morir. Hubo entonces una especie de pacto tácito por el cual ya nunca nadie se volvió a sentar allí. Esto creaba una situación bastante absurda ya que hubiese en el salón la gente que hubiese el sofá quedaba permanentemente vacío. Podías ver a cinco personas de pie y en medio del salón un terrible sofá desocupado. Incluso las visitas lo debían intuir pues ni siquiera ellos lo ocupaban. Pasaron los años y un buen día mi madre, en un ataque de pragmatismo decidió forrarlo, desde entonces la gente ha vuelto a sentarse en él. Excepto yo, que pensaba que ese sofá no era más que un impostor. Sabía que era el mismo que solamente lo habían forrado, pero no me podía quitar de la cabeza la sensación de que era falso, de que se estaba haciendo pasar por quien no era y no lo soportaba así que decidí no sentarme jamás en él.
Me pasó algo parecido cuando al papa Juan Pablo II le dio por reunirse con mi abuela. De pronto nos habíamos quedado sin papa, así que hubo un cónclave, creo que se llama, y entre los cardenales eligieron sucesor. Recuerdo perfectamente ver por primera vez al cardenal Ratzinger vestido de blanco y recuerdo como volví a sentir lo mismo que con el sofá. Quien era ese tipejo sonriente haciéndose pasar por el papa. Durante toda mi vida sólo había coexistido con un papa, así que el papa para mí no era más que Juan Pablo II, no podía haber otro, no era ni tan siquiera imaginable. Quien se creía pues el imbécil ese, nos tomaba a todos por idiotas, acaso creía que vistiéndose de blanco inmaculado y saludando desde el balcón del vaticano nos la iba a dar con queso. Aquel día decidí no volver a pisar una iglesia, es más ni tan siquiera volvería a pasar cerca; me sentía estafado.
Pero lo verdaderamente extraño pasó con mi amiga Amparo y desde entonces el proceso no ha hecho más que acelerarse continuamente. A Amparo la conozco desde que éramos enanos, tampoco ella se sentaba en el mentado sofá. Quiero decir con esto que la conozco perfectamente, se lo que va a decir antes de que lo diga, sé lo que piensa, lo que siente, lo que le gusta y lo que odia, casi podría decir que si se destruyese la podría rehacer pieza por pieza. Es mi más vieja e íntima amiga, o debiera decir que lo era tal vez. No sé exactamente como empezó todo pero de pronto empecé a ver cosas pequeñas, sutilezas que me llamaban la atención. Físicamente era ella, tenía la misma cara, los mismos ojos, las mismas manos; hablaba igual que ella, decía lo que ella solía decir y lo decía como ella lo solía decir, caminaba como ella, miraba como ella. En resumen cualquiera hubiera dicho que era ella. Pero como he dicho, de repente comencé a notar pequeños cambios apenas perceptibles, realmente ni siquiera sabría explicarlos, pero algo había distinto, no me iba a dejar engañar. Lo curioso es que cuando ocurrió lo del sofá o lo del papa, yo en realidad sabía que eso era perfectamente normal, en el fondo sabía que el sofá era el mismo y que solamente habían puesto una tela encima, era solo que la sensación era tan fuerte que no me daba la gana aceptarlo. Esta vez en cambio sé que no es así, Definitivamente, Amparo ya no es Amparo. Así que decidí desenmascararla. Cogí un cuchillo jamonero y me dirigí hacia ella hecho una furia. Por suerte para ella entre mis hermanos y mi padre consiguieron reducirme mientras yo gritaba: Impostora que has hecho con Amparo. Por suerte para mi en un descuido conseguí meterle una cuchillada certera al sofá, al menos era un consuelo. Me recluyeron en lo que ellos dicen que es un psiquiátrico y es cierto, parece un psiquiátrico, vienen a verme gente que parece psiquiatra, hay mujeres que parecen enfermeras, pero yo conozco la verdad. Mi madre dice que no pasa nada, que sólo me internaran un tiempo hasta que este mejor, ja yo sé que ella no es mi madre. Ahora estoy frente al espejo del baño sonriendo mientras al otro lado me sonríe un impostor.


Ramiro B. Romero
Maó 12 de enero de 2008

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